La fama, ese oscuro objeto del deseo

El mundo está repleto de especímenes de las más variopintas características, no físicas, más bien de personalidad, carácter y sentimientos. Te tropiezas con estas personas –y darles el calificativo de personas sería un halago en muchos casos– en todas las esferas de la vida, desde colegas de trabajo, estudio y vecinos hasta amores e intentos de amores.

La naturaleza humana, siempre compleja y cambiante, nos acerca a personas que en vez de aportarnos nos quitan, nos sustraen, nos inoportunan. Esa es su misión. Todos sin excepción hemos sufrido los embates de estos especímenes, en mayor o menor grado. Pero hoy me quiero referir a los obsesionados con la fama, ese oscuro objeto del deseo.

To be or no to be… famous
Ser famoso pone a prueba la integridad de quien acceda a tal condición. Es alarmante cómo en los últimos tiempos hay una tendencia a conseguir la fama a como dé lugar. Y no hay que mencionar las sutiles y las no tan sutiles formas de actuar. Es visible que impera una suerte de compulsiva necesidad de ser reconocido por el mayor número de personas, pues eso supuestamente traería enormes ventajas en el diario vivir.

A simple vista, la fama provoca muchas veces una metamorfosis en los individuos, los hace cambiar de actitud en el comportamiento con sus semejantes. Según el doctor Sergio Rey, la fama no solo pone a prueba la calidad humana de cada cual, sino que también da cuenta de cuán sabio es quien la obtiene.

Borderline
Cuando por fin han logrado la fama o algún reconocimiento público que no les permite pasar del todo desapercibidos, estos seres sufren más trastornos mentales que el ciudadano anónimo. De acuerdo con el neurosiquiatra alemán Borwin Bandelow, muchas personas con pautas de conducta que coinciden con el llamado «trastorno borderline», se sienten atraídas por profesiones relacionadas con el mundo del arte y el espectáculo.

Para quienes no estén familiarizados con las características de tal padecimiento, estos son los síntomas más comunes: narcisismo (ego de talla extra, sin duda), impulsividad, conductas autodestructivas (aquí entrarían Amy Winehouse y Whitney Houston), despilfarro (desde una blackberry hasta coleccionar los más disímiles objetos –del deseo–), relaciones inestables, pánico a la soledad y experiencias extremas para compensar el vacío existencial.

Miles Away
Me viene a la mente –¿por qué será?– la impulsiva dedicatoria que Madonna le hizo a su casi ex esposo Guy Ritchie en uno de sus recientes conciertos en el Madison Square Garden de Nueva York. La siempre irreverente Reina del Pop no perdió oportunidad para intercalar esta frase antes de interpretar «Miles Away», su más reciente sencillo del álbum Hard Candy: «This song is dedicated to the emotionally retarded!» (Dedico esta canción a un retardado emocional).

Pero Madonna es un caso especial, es inofensiva –hasta filántropa y humilde, a pesar de su ego y manía de perfección–, y no sabemos la intríngulis del sonado divorcio que se avecina. Está bien, no podemos meter las manos en el fuego ni por ella ni por Guy… Cada loco con su tema. Y me despido con el fragmento en cuestión. Here, for the «emotionally retarded»:

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