Pocas veces el discípulo puede superar al maestro y no siempre quedamos complacidos con los remakes. Este es el caso de «Vanilla Sky», que se queda muy por debajo del original de Alejandro Amenábar, director de «Abre los ojos», película que sedujo a Tom Cruise y lo llevó a producir y protagonizar su propia versión.
Hasta el cartel se queda por debajo. Ni Penélope Cruz, que recicla su propio personaje de Sofía de «Abre los ojos», puede superarse a sí misma. Pero no seamos tan duros con Tom, el solo quería que el gran público conociera la genial historia. Por supuesto, la oscura y perturbadora atmósfera de tensión no logra hechizarnos y «Vanilla Sky» se queda en el intento.
Tal vez sus mayores méritos sean los de catapultar las carreras de Penélope y de Amenábar, a quien Hollywood le abrió las puertas para otra de sus obras maestras, «Los otros», protagonizada por Nicole Kidman.
Hoy quiero hablar de una de mis películas favoritas, «Los amantes del Círculo Polar», del español Julio Medem. La vi en el año de su estreno, en 1998, hace una década ya, en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. Había visto «Vacas», «La ardilla roja» y «Tierra», los tres largometrajes anteriores de Medem, por lo que esperaba Los amantes… como cosa buena. Y no me decepcionó, una obra imponente, profunda, majestuosa, hipnótica, enigmática… No puedo describir todo lo que sentí cuando la vi. Solo puedo comparar ese sentimiento al que experimenté años más tarde al ver «Lucía y el sexo», otra obra maestra del genial director.
La película narra una singular historia de amor que se desarrolla en torno a las casualidades que asaltan a los protagonistas. El relato, en forma de capítulos introducidos por el nombre del personaje, cuenta el punto de vista de Otto y de Ana sobre un mismo hecho. La magia y las casualidades empiezan a aflorar desde que aparece el nombre de Otto en la pantalla, un nombre capicúa, como Ana, como Medem (el apellido del realizador).
Entonces comienza a transcurrir la acción, desde el encuentro en la infancia hasta que los personajes tienen 25 años. Llegas a sentir lo que acontece en el interior de Otto y Ana, te llegas a involucrar en los juegos de azar que la vida les depara, te haces su cómplice y te crees parte de la poesía visual de la película. Así me sentí yo. Pensaba que perdería el aliento. Tras vivir la experiencia de encontrar el amor de su vida, el destino los separa y los vuelve a unir en un recóndito lugar, lejos de todo y de todos, el Círculo Polar Ártico.
Yo también me he sentido así, con ganas de echar a correr para que el mundo no se me escape de las manos, con deseos de patear al destino, como si fuera un balón de fútbol, y desenmascarar su doble cara de alegría y tristeza, sonrisas y lágrimas, vida y muerte… Pero es imposible, por más que queramos escapar, caemos en los círculos.
Otto: Es bueno que las vidas tengan varios círculos, pero la mía, mi vida, solo ha dado la vuelta una vez, y no del todo, falta lo más importante. He escrito tantas veces su nombre dentro. Y aquí, ahora mismo, no puedo cerrar nada. Estoy solo. Ana: Voy a quedarme aquí todo el tiempo que haga falta. Estoy esperando la casualidad de mi vida, la más grande, y eso que las he tenido de muchas clases. Sí, podría contar mi vida uniendo casualidades.
P.S. Te regalo esta película. Te hará crecer, reflexionar, cuestionarte… La necesitas. Necesito que la necesites.
P.S.2: Otro dato. Motivados por la cinta, La Oreja de Van Gogh compuso una canción de igual título para su disco El viaje de Copperpot.
Los amantes del Círculo Polar
Siento que el viejo cuento aquel
no tenga el final que imaginé
siento no poder hoy escribir
esta triste canción y dártela a ti.
Y ahí estás, la costumbre te ha hecho así
no fui capaz en mí misma yo me perdí.
Siento haber sido tu diablo azul
tu enemigo fiel ahora tabú
siento en mí ultrasonidos
de algo que olvidé viendo llover.
Sembraron un abrazo: