El amor, complicada madeja de circuitos

Cayena.com.do

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Cada 14 de febrero el proceso se repite, millones de personas se regalan corazones de la más variada naturaleza, comestibles o no, duraderos o no, inflables o no. Pero la mayoría sabe que no es el corazón la fuente del amor, sino el cerebro. Por más frío que parezca, el enamoramiento es un interesante coctel de hormonas, genética e imágenes cerebrales.

Puedes leer el artículo completo en la revista digital Cayena.


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Cómo construir el amor y no morir en el intento

El amor no hay quien lo entienda, eso está claro. ¿Cómo es posible que nos enamoremos de alguien a quien apenas conocemos, de quien no sabemos nada? Eso es un misterio. ¿Se puede ser feliz en silencio? Sí, pero esa felicidad termina transformándose en agonía porque llega un momento en que pedimos más y queremos romper el silencio. No es lo mismo amar que estar enamorado. Qué sensación tan agradable sentirse atraído por alguien y desnudar ante esa persona nuestros pensamientos más íntimos. Es ahí cuando nos parece que logramos esa conexión especial con alguien que sobresale de la media por sus características especiales –valga la redundancia–, características que somos nosotros quienes las exageramos e idealizamos en muchas ocasiones. El placer que produce estar enamorado no tiene comparación, algo en nosotros cambia, la química del cuerpo se altera, se producen las conocidas endorfinas. La felicidad es tanta que nos sentimos en las nubes, de buen humor, como tontos que no tienen motivos para preocuparse ni pensar en los avatares y días rutinarios, pues cuando estamos enamorados todo es color de rosa, la pareja nos parece perfecta, ni mandada a hacer. Pero solo empezamos a amar cuando dejamos de estar enamorados. Dicen eso y suena convincente.

El amor requiere tiempo, conocer a la otra persona, sus defectos, lo positivo y lo negativo de la relación. Enamorarse es solo el principio. Muchas personas son adictas a estar enamoradas, terminan sus relaciones cuando la magia de haber conocido alguien nuevo desaparece, cuando empiezan a ver defectos en la otra persona. Claro que el amor no es ciego. Quien diga lo contrario, miente… Amar a alguien implica ver sus defectos y aceptarlos, ver sus fallas y querer ayudarle a superarlas. Y viceversa. El amor verdadero tiene sus bases en la realidad, no en el cuento del príncipe azul, la princesa encantada, el bosque desencantado y los frijoles mágicos. Se trata de poner en una balanza lo bueno y lo malo de esa persona y después amarla. Nadie es perfecto, eso también está muy claro. Se puede sentir gran admiracion por alguien, se puede anhelar tener una relación con una persona que parece especial o que ha hecho algo grande por nosotros, pero eso no quiere decir que la amemos. El amor es otra cosa, nace de la convivencia, de compartir, de dar y recibir, de intereses mutuos, de sueños compartidos, de complicidades y confabulaciones… No podemos amar a alguien que no nos ama y no se interesa por nosotros. El verdadero amor es recíproco, bidireccional.

P.S. Todos los besos que te he dado y las veces que me he estremecido a tu tacto –al punto de tú asustarte por no saber que la felicidad puede causar espasmos–, son señales inequívocas de lo inmenso que es esto que siento por ti y que ya no me esfuerzo en esconder, ya no me interesa si caigo… 

Oh, kiss me beneath the milky twilight
Lead me out on the moonlit floor
Lift your open hand
Strike up the band and make the fireflies dance
Silver moon’s sparkling
So kiss me…

 

 

¿Rostro equivocado?

Hoy no me he atrevido a escuchar ninguna canción de amor, hoy todo se ha impregnado de ti, hasta mi ropa… Me desarmas con palabras y conjeturas que se me clavan como dardos, con revelaciones que ensombrecen mi semblante. Mi semblante, la gran revelación… Claro, abajo la censura. Podemos decirnos cualquier cosa. De acuerdo. Pero desde aquella madrugada me he quedado con una idea en la cabeza. Fue intrigantemente chocante escucharte decir que lo que más te gusta de mí es… mi cara. Aun así, gracias por la dosis de halago que encierra esa confesión.

Eso me hace pensar ahora que la situación es más complicada de lo que parecía. Es inquietante para mí vivir con la eterna duda de no saber si no sientes otra atracción por alguna otra región geográfica de «tu abrazador», si la llama de la pasión se encenderá en ti alguna vez, si nunca te darás cuenta de que soy un amante desenfrenado y que privarme de esa sana fuente de placer es ponerme una pistola en la sien… A propósito, no soy un depravado ni obsesivo con ciertas zonas de tu cuerpo, ni determinadas técnicas amatorias, ni mucho menos me paso el santo día pensando en eso. Te estás llevando una imagen distorsionada de mí. Es tu desgano y apatía –por decirlo de alguna manera– los que habría que poner en tela de juicio.

¿Para qué tantos tabués, prejuicios…? Entre cuatro paredes, o en el baño, nadie sabe lo que hacemos, que no es malo, al contrario, es dar rienda suelta a la capacidad erótica humana de dar y recibir placer, que para eso estamos hechos. Tienes que asimilar que todo se complementa. Yo sé que la vida sexual no es solamente la genitalidad, el proceso también involucra relaciones afectivo-sexuales, sensaciones de placer, físicas y síquicas que elevan al ser humano, lo hacen pleno. Pero como estamos en diferentes niveles de enamoramiento, los puntos de vista difieren.

¿Qué puedo hacer? Dime tú. ¿Cuánto más se puede resistir, no enloquecer? ¿Qué quieres de mí? Hoy necesito un abrazo, pero un abrazo que me llegue al tuétano y me derrita las ganas de evaporarme…

Amores de chocolate

Dicen que cada cual busca la pareja que se cree merecer. No sé cuánto hay de cierto en eso. Al menos, desde el punto de vista del que escribe, eso puede resultar fácil. Lo difícil es cuando uno encuentra la pareja –que cree merecer–, esta puede no está convencida, o puede tardar en convencerse, de que uno sea la pareja que ella cree merecer. Parece que se enreda la cosa, pero no, es bastante simple.

Pero miren lo que encontré navegando por Internet:

«El affair de la feniletilamina con el amor se inició con la teoría propuesta por los médicos Donald F. Klein y Michael Lebowitz, del Instituto Psiquiátrico de Nueva York, que sugirieron que el cerebro de una persona enamorada contenía grandes cantidades de feniletilamina y que sería la responsable de las sensaciones y modificaciones fisiológicas que experimentamos cuando estamos enamorados. Sospecharon de su existencia mientras realizaban un estudio con pacientes aquejados ´de mal de amor´, una depresión síquica causada por una desilusión amorosa. Les llamó la atención la compulsiva tendencia de estas personas a devorar grandes cantidades de chocolate, un alimento especialmente rico en feniletilamina, por lo que dedujeron que su adicción debía ser una especie de automedicación para combatir el síndrome de abstinencia causado por la falta de esa sustancia. Según su hipótesis, el centro de placer del cerebro comienza a producir feniletilamina a gran escala y así es como perdemos la cabeza, vemos el mundo color de rosa y nos sentimos flotando.»

Conclusiones: A veces quisiéramos ser el chocolate de alguien, a veces quisiéramos saber tan bien como el chocolate para que alguien se digne a darnos un mordisco, una lambida… En fin, ser el centro de placer de alguien.

La ruta hacia el amor

Cuando llega cierta edad, saliendo de los veintyyy… y entrado en los 30, es cuando nos preguntamos qué han hecho nuestros amigos y conocidos para conseguir su media naranja. Recuerdo que en El Principito se dice que no hay mercado de amigos, mucho menos de parejas. Por eso se hace más difícil hallarla. Claro, si las vendieran sería un caos, debido a lo que semejante venta implicaría… Pero bueno, lo importante a la hora –y no es que haya una hora, ella (la pareja) aparece y ya– de buscar pareja es revisarse uno mismo, cerrar los ojos y mirarse hacia dentro. Hay que conocerse primero antes de conocer a quien llega para estar preparados al iniciar la relación y aceptar y entender a la otra persona.

También es fundamental reflexionar por qué no hemos hallado a ese ser especial, el complemento, y preguntarnos en qué medida somos exigentes y a qué altura ponemos el listón. Importante recordar que el azul no es un color que le queda a las personas y que efectivamente, hay príncipes y princesas, que incluso pueden ser azules, pero remotos e inalcanzables, y rara vez se casan con alguien de las masas y sin «linaje». Ese no es el punto, en definitiva, pues para nosotros nuestra pareja es reina, rey, princesa o príncipe.

Lo que trato de decir es que en la búsqueda de la relación perfecta dejamos pasar, muchas veces, el amor. En más de una ocasión nos puede suceder que el ser especial pudo haber sido alguien que conocimos y no le dimos la oportunidad de mostrarse tal cual era, con sus virtudes y desperfectos. Ya sabemos que la perfección es una quimera. Además de aburrida. No se trata de buscar desesperadamente, porque es cuando menos aparece, ni tampoco sentarse de brazos cruzados a pensar que las cosas tienen su tiempo, que las uvas maduran bla bla bla, ni querer aparentar que no necesitamos a nadie y que la soledad es buena compañía…

Hay que dejar de ser hermitaño –para quien le sirva el sombrero–, hay que salir de vez en cuando, involucrarse en actividades, dejarse ver. No olvidemos que también somos seres sociales y que aunque no queramos debemos interactuar con la sociedad de una u otra forma. Así se conoce gente nueva, porque es bueno tener amigos. Y para quienes piensan que es impersonal y hasta bizarro, las redes sociales de Internet sí funcionan, lo digo por experiencia propia. Solo hay que saber discernir. Ojo, discernir.

Puede resultar difícil abrirse al diálogo, lo sé. Los temores siempre afloran. Dar los primeros pasos siempren lleva implícito el miedo al fracaso, por muy seguros que nos sintamos. Pero conquistar la felicidad no tiene precio. Al final habrá valido la pena cuando hallemos con quién compartir la vida, con quién disfrutar de cualquier mínimo detalle, de desear y sentirse deseado, de entusiasmarse y ver el mundo de otro color. Porque es maravilloso saber que alguien palpita por nosotros y apostaría hasta los huesos de ser preciso…

Enamorarse es un proceso apasionante, no importa que se esté bordeando los 30 o ya hayamos apagado más de 30 velitas. Los deseos siguen intactos, los instintos se mantienen afilados. Una gran ventaja: la atracción síquica que le sigue a la atracción física es mayor. El grado de madurez alcanzado es un punto a favor y hará más sabrosa la relación. La experiencia de estar enamorados nos conmueve y conmociona. En ese estado el mundo es sinónimo de paraíso y es como si flotáramos. El sentido del tiempo desaparece y el objeto de nuestro amor se convierte en uno de los ejes de nuestra existencia. El amor es una luz que irrumpe en nuestros sentidos, sacude los cimientos de la razón y nos devuelve al misterioso camino de la vida.