Una buena dosis de humor

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El amor…, otra vez

"Passion" by FudexDesign

"Passion" by FudexDesign

Ah, el amor. Amar y saberse amado, mecido en otra alma que te acuna con calidez y sonrisas y te hace sentir protegido, cobijado, seguro… Nada se compara con ese sentimiento.

Imagino el movimiento casi imperceptible de tus labios al leer estas precipitadas líneas y me confabulo con tu intimidad. Bendito privilegio.

Soy el humano más próximo a tus ojos –como si en otros momentos no lo fuera–, el más pendiente de tus suspiros y jadeos, el que con un leve roce hace colapsar tus miedos y fatigas.

Para ti, «Kiss From A Rose», porque sé te enloquece la interpretación de Seal y lo referente a Batman.

There is so much a man can tell you,
So much he can say.
You remain,
My power, my pleasure, my pain, baby
To me you’re like a growing addiction that I can’t deny…, yeah.
Won’t you tell me is that healthy, baby?

But did you know,
That when it snows,
My eyes become large and the light that you shine can be seen.

Baby,
I compare you to a kiss from a rose on the grey.
Ooh, the more I get of you
Stranger it feels, yeah
Now that your rose is in bloom.
A light hits the gloom on the grey…

Heath

"Tribute to Heath Ledger" by DragonInk7

"Tribute to Heath Ledger" by DragonInk7

Te merecías el Oscar, Heath, y el mundo te merecía a ti.
Pero a qué precio… ¿Valió la pena?
Gracias.

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"Smiling Heath Ledger" by Julialrose

El cartel

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Tanto me gustan los afiches que promueven las películas, que decidí inaugurar una sección nueva, El cartel. Podría llamarse El poster, pero en este blog, ortográficamente correcto, se habla español. La inauguro con una película que me sorprendió y me tocó, The Dark Knight, la última entrega de la serie de Batman, con el fenecido –y seguro candidato al Oscar– Heath Ledger.

Esa boca

ESA BOCA

Su entusiasmo por el circo se venía arrastrando desde tiempo atrás. Dos meses, quizá. Pero cuando siete años son toda la vida y aún se ve el mundo de los mayores como una muchedumbre a través de un vidrio esmerilado, entonces dos meses representan un largo, insondable proceso. Sus hermanos mayores habían ido dos o tres veces e imitaban minuciosamente las graciosas desgracias de los payasos y las contorsiones y equilibrios de los forzudos. También los compañeros de la escuela lo habían visto y se reían con grandes aspavientos al recordar este golpe o aquella pirueta. Sólo que Carlos no sabía que eran exageraciones destinadas a él, a él que no iba al circo porque el padre entendía que era muy impresionable y podía conmoverse demasiado ante el riesgo inútil que corrían los trapecistas. Sin embargo, Carlos sentía algo parecido a un dolor en el pecho siempre que pensaba en los payasos. Cada día se le iba siendo más difícil soportar su curiosidad.

Entonces preparó la frase y en el momento oportuno se la dijo al padre: « ¿No habría forma de que yo pudiese ir alguna vez al circo? » A los siete años, toda frase larga resulta simpática y el padre se vio obligado primero a sonreír, luego a explicarse: «No quiero que veas a los trapecistas. » En cuanto oyó esto, Carlos se sintió verdaderamente a salvo, porque él no tenía interés en los trapecistas. « ¿Y si me fuera cuando empieza ese número? » « Bueno », contestó el padre, « así, sí».

La madre compró dos entradas y lo llevó el sábado de noche. Apareció una mujer de malla roja que hacía equilibrio sobre un caballo blanco. Él esperaba a los payasos. Aplaudieron. Después salieron unos monos que andaban en bicicleta, pero él esperaba a los payasos. Otra vez aplaudieron y apareció un malabarista. Carlos miraba con los ojos muy abiertos, pero de pronto se encontró bostezando. Aplaudieron de nuevo y salieron -ahora sí- los payasos.

Su interés llegó a la máxima tensión. Eran cuatro, dos de ellos enanos. Uno de los grandes hizo una cabriola, de aquellas que imitaba su hermano mayor. Un enano se le metió entre las piernas y el payaso grande le pegó sonoramente en el trasero. Casi todos los espectadores se reían y algunos muchachitos empezaban a festejar el chiste mímico antes aún de que el payaso emprendiera su gesto. Los dos enanos se trenzaron en la milésima versión de una pelea absurda, mientras el menos cómico de los otros dos los alentaba para que se pegasen. Entonces el segundo payaso grande, que era sin lugar a dudas el más cómico, se acercó a la baranda que limitaba la pista, y Carlos lo vio junto a él, tan cerca que pudo distinguir la boca cansada del hombre bajo la risa pintada y fija del payaso. Por un instante el pobre diablo vio aquella carita asombrada y le sonrió, de modo imperceptible, con sus labios verdaderos. Pero los otros tres habían concluido y el payaso más cómico se unió a los demás en los porrazos y saltos finales, y todos aplaudieron, aun la madre de Carlos.

Y como después venían los trapecistas, de acuerdo a lo convenido, la madre lo tomó de un brazo y salieron a la calle. Ahora sí había visto el circo, como sus hermanos y los compañeros del colegio. Sentía el pecho vacío y no le importaba qué iba a decir mañana. Serían las once de la noche, pero la madre sospechaba algo y lo introdujo en la zona de luz de una vidriera. Le pasó despacio, como si no lo creyera, una mano por los ojos, y después le preguntó si estaba llorando. Él no dijo nada. «¿Es por los trapecistas? ¿Tenías ganas de verlos?»

Ya era demasiado. A él no le interesaban los trapecistas. Sólo para destruir el malentendido, explicó que lloraba porque los payasos no le hacían reír.


P.S. 1.: Me pareció oportuno ilustrar este post con el cartel de Batman: The Dark Knight, un trágico ejemplo de esta conmiseración que siento por los payasos. (R.I.P. Heath Ledger)

P.S. 2.: Ese cuento de Mario Benedetti me trae gratos recuerdos de mis años de universidad, cuando fue objeto de estudio de la asignatura Redacción, Composición y Análisis de Textos, con la inigualable y sui generis profesora Evangelina Ortega. Recuerdo la sensación que me produjo al leerlo. No me ayudó en nada a superar la casi apatía que desde pequeño sentía por el circo. Sirvió más bien para incrementar mi lástima por los payasos, a quienes considero entre lo más triste de este mundo.

Sin embargo, de niño era fan de una serie checo-alemana que pasaban en la televisión cubana, «El payaso Ferdinando». El actor checo Jiri Vrstala, que le daba vida al payaso, era genial, desde mi perspectiva de infante. Gracias aquien se le ocurrió subir este fragmento en Youtube. Ojalá encontremos fragmentos más largos, o algún capítulo entero. Más información en el blog Muñequitos rusos.