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abril 17, 2011 Deja un comentario

"Beach Kiss" by Soullove
Concepto que nace en los límites de mi delirio, bocanada casual de reflexiones.
septiembre 25, 2008 5 comentarios
Hay un dicho muy cubano, muy popular, de estos tiempos, que dice: «Lo que te den… cójelo».
septiembre 13, 2008 3 comentarios
Hoy quiero hablar de una de mis películas favoritas, «Los amantes del Círculo Polar», del español Julio Medem. La vi en el año de su estreno, en 1998, hace una década ya, en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. Había visto «Vacas», «La ardilla roja» y «Tierra», los tres largometrajes anteriores de Medem, por lo que esperaba Los amantes… como cosa buena. Y no me decepcionó, una obra imponente, profunda, majestuosa, hipnótica, enigmática… No puedo describir todo lo que sentí cuando la vi. Solo puedo comparar ese sentimiento al que experimenté años más tarde al ver «Lucía y el sexo», otra obra maestra del genial director.
La película narra una singular historia de amor que se desarrolla en torno a las casualidades que asaltan a los protagonistas. El relato, en forma de capítulos introducidos por el nombre del personaje, cuenta el punto de vista de Otto y de Ana sobre un mismo hecho. La magia y las casualidades empiezan a aflorar desde que aparece el nombre de Otto en la pantalla, un nombre capicúa, como Ana, como Medem (el apellido del realizador).
Entonces comienza a transcurrir la acción, desde el encuentro en la infancia hasta que los personajes tienen 25 años. Llegas a sentir lo que acontece en el interior de Otto y Ana, te llegas a involucrar en los juegos de azar que la vida les depara, te haces su cómplice y te crees parte de la poesía visual de la película. Así me sentí yo. Pensaba que perdería el aliento. Tras vivir la experiencia de encontrar el amor de su vida, el destino los separa y los vuelve a unir en un recóndito lugar, lejos de todo y de todos, el Círculo Polar Ártico.
Yo también me he sentido así, con ganas de echar a correr para que el mundo no se me escape de las manos, con deseos de patear al destino, como si fuera un balón de fútbol, y desenmascarar su doble cara de alegría y tristeza, sonrisas y lágrimas, vida y muerte… Pero es imposible, por más que queramos escapar, caemos en los círculos.
Otto: Es bueno que las vidas tengan varios círculos, pero la mía, mi vida, solo ha dado la vuelta una vez, y no del todo, falta lo más importante. He escrito tantas veces su nombre dentro. Y aquí, ahora mismo, no puedo cerrar nada. Estoy solo.
Ana: Voy a quedarme aquí todo el tiempo que haga falta. Estoy esperando la casualidad de mi vida, la más grande, y eso que las he tenido de muchas clases. Sí, podría contar mi vida uniendo casualidades.
P.S. Te regalo esta película. Te hará crecer, reflexionar, cuestionarte… La necesitas. Necesito que la necesites.
P.S.2: Otro dato. Motivados por la cinta, La Oreja de Van Gogh compuso una canción de igual título para su disco El viaje de Copperpot.
Los amantes del Círculo Polar
Siento que el viejo cuento aquel
no tenga el final que imaginé
siento no poder hoy escribir
esta triste canción y dártela a ti.
Y ahí estás, la costumbre te ha hecho así
no fui capaz en mí misma yo me perdí.
Siento haber sido tu diablo azul
tu enemigo fiel ahora tabú
siento en mí ultrasonidos
de algo que olvidé viendo llover.
agosto 6, 2008 3 comentarios
Mientras regresaba a casa ayer, venía pensando en ese eslogan de Mastercard «…no tiene precio». Y se me ocurrió escribir este decálogo de cosas que considero no tienen precio.
Tu risa… Desde el principio me pareció extrañamente seductora. Tan espontánea y sincera. Juguetona y coqueta. Invitante y desconcertante. Quiero hacer tantas cosas con tu risa, y no me refiero solo al simple hecho de ponerla de timbre o alarma en mi celular. Cuando estoy horas sin escucharla, siento que me falta algo. Y cuando por fin estallas, como si hubiera un punto G para la risa, me siento muy bien, créeme. Así de simple. Tu risa no tiene precio.
A la bembita que pones ex profeso y no ex profeso ya me referí en una entrada anterior. Y créeme, bombón, eso no tiene precio. Me sacas de mis cabales. Te quiero ir arriba, o más al sur, tú sabes, la circunstancia…
Tomarte de la mano y acariciarte los dedos y la palma, apretártela poco a poco hasta fundirla con la mía, incluso en lugares públicos…, no tiene precio.
Tu voz y tus silencios. Ambos por igual, pues me gustas cuando callas… y me gusta cuando cantas. Hay una canción pendiente, prometida, en lista de espera y mis oídos están listos para ella.
Tu aliento… Diooooossss, eso sí no tiene precio. A veces, con varios vecindarios de por medio, soy capaz de sentir tu aliento. Y como suele suceder, se me activa la memoria olfativa e irremediablemente me lleva a…
…tus besos, animales salvajes en espera de una señal tuya para salir en estampida rumbo a mis labios, boca y lengua –papilas gustativas incluidas–, y otros destinos que no voy a mencionar. Eso…, eso no tiene precio.
Llamarme por teléfono, lo que es sinónimo de alebrestarme con tus palabras de principiante, no tiene precio.
Jejejeje. ¿Pensabas que iba a dejar fuera el momento en que entierras la cara en la almohada y te entregas al delirio que esgrimo cual conquistador, caballero medieval o astronauta que ve ante sí una geografía por la que vale la pena morir…? No, mi vida, ese momento tampoco tiene precio.
Cuando tomas la iniciativa –y esto es muy serio, así que presta atención– y te veo venirme arriba –espero que más temprano que tarde y con más frecuencia incluyas otras latitudes– y atropellarme con tus besos, dientes y lengua (papilas gustativas incluidas)…, mi vida, a eso no hay quien le ponga precio. (Y este punto del decálogo es con asteriscos y fuegos artificiales, de ser posible.)
La forma en que *bleep* y *bleep* cuando *bleep*, pero sobre todo cuando *bleep* y *bleep*. Y si te pones *bleep*, la euforia y la locura se multiplican como los panes y los peces. Y si te llevas la mano a la cara, en señal de éxtasis total, sobre todo cuando yo te *bleep* con mis mejores ganas de *bleep*… Eso, corazón no tiene precio.
P.S. Will you *bleep* me?
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