Felicidades, Tatona, en tu día
diciembre 25, 2008 1 comentario
Hace dos días mi abuela paterna cumplió 76 años. Desde niño le digo Tata –a mi abuelo le decía Tato–, pero de un par de años a la fecha no sé por qué le digo Tatona. Ella, con esa picardía que sabe emplear muy bien, me dice: «Yo no soy tetona». Y se ríe, como si aun tuviera los dientes que exhibía en su juventud y aquella sonrisa con la que seguro flechó a mi abuelo.

Diciembre 23, 2005. En la Cayetano, frente a la escalera 10.
Fumadora de toda la vida –desde que tenía seis años–, cómo no convertirse en tabaquera, y de las buenas, pues siempre era la más productiva de su empresa, la número uno del escalafón, la más honesta, la vanguardia, la que todos querían de compañera. Bueno, en aquel pueblo y con la tradición de su numerosa familia, no le quedó otra opción.
De chiquito, ya viviendo todos en la capital, me llevó varias veces a la tabaquería –primero en el Cotorro, luego en Guanabacoa–, experiencia que yo disfrutaba al máximo, sobre todo cuando me daba por hacer maldades y travesuras, como tumbar mangos y tamarindos en el patio o llenar con cabos los bonches (moldes que se colocan en la prensa) donde se ponían los zorullos (el alma del cigarro, formado por al tripa y el capillo).
El característico olor de las hojas secas de tabaco es de las cosas más auténticas que recuerdo de mi infancia. Ese aroma me remonta a momentos muy felices, a sensaciones que se vuelven mágicas en mi memoria.

"¡Que viva Changó, que viva Changó, que viva Changó, señores!"
Anécdotas mi abuela tiene miles, pero una de las que más le emociona contar es cuando, a principios de la Revolución, el Ché visitó la tabaquería y ella le quiso obsequiar un mazo de 16 puros. Hombre recto y conocido por su extremo desapego a las cosas materiales, él le dijo que los repartiera entre sus compañeros y después, si alcanzaban, le diera a él. Demasiados compañeros, el Ché no alcanzó.
No creo que Tatona se moleste si cuento por qué no usa dientes postizos. Corría el año 1994 y regresábamos del laboratorio donde le hicieron la plancha de arriba. Estaba loca por llegar a la casa para quitarse los dientes, pero algo pasó y los dientes no salían. Intenté quitárselos yo, nada; después lo intentó mi hermano, nada; mi mamá también trató y nada. Ofuscada y molesta, mi abuela decidió esperar a que la dentadura se decidiera a salir por sí sola. A la hora, ¡clac!, la pieza se desprendió mientras ella hablaba. Jamás se la volvió a poner.
En este cumpleaños la encontré viendo su canal favorito, Televisa, y el maratón de novelas mexicanas que no se pierde por nada. Esta vez, aunque no estaba para fotos, ni piñata, ni confeti, no se cohibió de mostrar esa picardía que le emana natural. Felicidades, Tatona.

"Mijo, que el rosado no es mi color, mi color es el morado. ¡Ño!"
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