
Antier pudo haber sido el comienzo del fin. Pero algo sucedió que impidió el desenlace que temía al exponerte mi punto de vista. Y cuando te fuiste ese día me quedé pensando si hacía bien en aceptar esta «opción» que propones, pues parece que hasta tanto no vislumbremos una luz al final del túnel, seguiremos caminando sobre arenas movedizas. ¿Y si al final estos intentos son fallidos? ¿Cómo evitar las nubes negras que se me avecinarían? El tiempo dirá. A mí solo me queda dejarme llevar. Pero créeme que ando como en una nube –para hacer referencia a la canción de Álex Ferreira–, con la diferencia de que no estoy sentado, sino en un pie. A la menor sacudida…, caigo. ¿Y quién estará abajo para frenar mi caída? ¿Tú? Sí, es contigo, deja de mirar a los lados y refugiarte en la soledad de tu cuarto… No me arrepiento para nada de las dos noches posteriores y el día entero que vivimos juntos, fueron intensas horas de semiconfabulación y semicomplicidad. No me arrepiento de todo lo que te hice, te disfruté al máximo… Tengo fe en que las migajas se tornarán en abundante cosecha y cada sonrisa vertical tuya me premiará como a un semidios que regresa victorioso de la guerra. ¿Sabes? Te espero. Te espero porque me siento tan cerca de ti que hasta pudiera habitarte, basta con que tu aliento me desvista y sientas las vibraciones de este amor total que resume mi esencia de siglos de búsqueda. No imaginas lo que sentí cuando te vi en el aeropuerto el jueves, fue algo de película, fueron esas ganas que ya conoces de irte arriba o abajo –lo segundo no pudo ser en público, la circunstancia no lo permitió. De pronto te imaginé como una aparición divina y pensé en el amor que revuelca los sentidos y propicia la armonía perfecta, en pleno desafío a algún dios, y la felicidad suprema me pareció pecado. Todo eso pasó por mi mente en los breves minutos del reencuentro.
P.S. Y no hagas como que no leíste, que este post sí es para ti.
Sembraron un abrazo: