Decálogo
agosto 6, 2008 3 comentarios
Mientras regresaba a casa ayer, venía pensando en ese eslogan de Mastercard «…no tiene precio». Y se me ocurrió escribir este decálogo de cosas que considero no tienen precio.
Tu risa… Desde el principio me pareció extrañamente seductora. Tan espontánea y sincera. Juguetona y coqueta. Invitante y desconcertante. Quiero hacer tantas cosas con tu risa, y no me refiero solo al simple hecho de ponerla de timbre o alarma en mi celular. Cuando estoy horas sin escucharla, siento que me falta algo. Y cuando por fin estallas, como si hubiera un punto G para la risa, me siento muy bien, créeme. Así de simple. Tu risa no tiene precio.
A la bembita que pones ex profeso y no ex profeso ya me referí en una entrada anterior. Y créeme, bombón, eso no tiene precio. Me sacas de mis cabales. Te quiero ir arriba, o más al sur, tú sabes, la circunstancia…
Tomarte de la mano y acariciarte los dedos y la palma, apretártela poco a poco hasta fundirla con la mía, incluso en lugares públicos…, no tiene precio.
Tu voz y tus silencios. Ambos por igual, pues me gustas cuando callas… y me gusta cuando cantas. Hay una canción pendiente, prometida, en lista de espera y mis oídos están listos para ella.
Tu aliento… Diooooossss, eso sí no tiene precio. A veces, con varios vecindarios de por medio, soy capaz de sentir tu aliento. Y como suele suceder, se me activa la memoria olfativa e irremediablemente me lleva a…
…tus besos, animales salvajes en espera de una señal tuya para salir en estampida rumbo a mis labios, boca y lengua –papilas gustativas incluidas–, y otros destinos que no voy a mencionar. Eso…, eso no tiene precio.
Llamarme por teléfono, lo que es sinónimo de alebrestarme con tus palabras de principiante, no tiene precio.
Jejejeje. ¿Pensabas que iba a dejar fuera el momento en que entierras la cara en la almohada y te entregas al delirio que esgrimo cual conquistador, caballero medieval o astronauta que ve ante sí una geografía por la que vale la pena morir…? No, mi vida, ese momento tampoco tiene precio.
Cuando tomas la iniciativa –y esto es muy serio, así que presta atención– y te veo venirme arriba –espero que más temprano que tarde y con más frecuencia incluyas otras latitudes– y atropellarme con tus besos, dientes y lengua (papilas gustativas incluidas)…, mi vida, a eso no hay quien le ponga precio. (Y este punto del decálogo es con asteriscos y fuegos artificiales, de ser posible.)
La forma en que *bleep* y *bleep* cuando *bleep*, pero sobre todo cuando *bleep* y *bleep*. Y si te pones *bleep*, la euforia y la locura se multiplican como los panes y los peces. Y si te llevas la mano a la cara, en señal de éxtasis total, sobre todo cuando yo te *bleep* con mis mejores ganas de *bleep*… Eso, corazón no tiene precio.
P.S. Will you *bleep* me?
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